Una actitud es una postura –disposición- desde la que
contemplamos un fenómeno social de acuerdo con lo que pensamos y sentimos, nos predispone a reaccionar al mismo tiempo de una forma determinada.
Jiménez
Burillo (1991) define la actitud como una pre-disposición a actuar, aprendida,
dirigida hacia un objeto, persona o situación, y que incluye dimensiones cognitivas,
afectivas o evaluativas y, eventualmente, propiamente conductuales” (p.393).
Dicha predisposición a reaccionar ante un estímulo social se produce de manera
estable y predecible. Sus componentes fundamentales son:
Componente
cognitivo: “Un conjunto organizado de convicciones o creencias...” Es el
componente más efectivo de cara a modificar una actitud y se refiere al
conjunto de informaciones y creencias que tiene una persona sobre el objeto de
actitud.
Componente evaluativo-afectivo: “Que predispone favorable o desfavorablemente...” Sentimientos de agrado o rechazo que desarrolla un individuo hacia un objeto social determinado. Es el más resistente al cambio (relacionado con experiencias pasadas muy arraigadas). Un cambio en dicho componente produce una modificación coherente en los componentes restantes.
Componente comportamental: “predispone a actuar respecto a un objeto social”. Supone una predisposición a actuar de una determinada forma. Tendencia a ir hacia, contra o alejarse del objeto de actitud.
Relacionado con las actitudes
está el fenómeno de la Disonancia cognitiva elaborada por Festinger: un estado
que se produce cuando las actitudes, creencias y conductas de una persona están
en conflicto. Surge entonces un deseo de ajustar actitudes con conductas,
especialmente cuando las consecuencias son negativas. Para eliminar la
disonancia la persona puede cambiar las cogniciones para que estén nuevamente
en consonancia. La disonancia por ejemplo puede producirse en fenómenos de
justificación del esfuerzo, expectativas que no llegan a cumplirse o
consentimientos forzosos.
Ya hemos visto la importancia que pueden tener las
actitudes hacia el trabajo (el grado de satisfacción o insatisfacción) en los
conflictos laborales. Aquí simplemente vamos a señalar diferentes variables
actitudinales que han sido estudiadas como posibles condicionantes del modo en
que un negociador afronta el proceso negociador y las aportaciones de Walton y
McKersie sobre el papel de las actitudes en el proceso negociador. Respecto a
lo primero, la confianza interpersonal o predisposición de un individuo a
confiar en los demás, el autoritarismo, el maquiavelismo y la dimensión
conciliación-beligerancia han sido las variables más estudiadas como
características personales de los negociadores que pueden influir en su
comportamiento siempre interactuando con otras variables estructurales. Según
Walton y McKersie (1965), la negociación es básicamente un proceso de
interacción. Las actitudes mantenidas por cada parte hacia la otra determinan
en gran medida esta interacción. Estos autores proponen dos criterios básicos
para analizar esta estructura:
Las
dimensiones de las actitudes: o La orientación
motivacional (desde cooperar a competir pasando por ignorar al otro en posturas
individualistas. Es la actitud en el plano de la acción) o Las actitudes frente
a la legitimidad de la otra parte, de sus objetivos y de sus vías de acción (de
aceptación a rechazo) o El nivel de confianza en el otro o La actitud emocional
respecto del otro (cordialidad-hostilidad)
Los módulos de relación
que se pueden establecer en la interacción o
Competición extrema (cuasi agresión) o Competición moderada
(o contención de la agresión) o Acomodación o
Cooperación o Colusión
(pacto contra tercero) la estructuración de las actitudes según Walton y
McKersie Módulos o tipos de relación Dimensiones de las actitudes Competición
extrema Contención de la agresión Acomodación Cooperación Colusión Orientación
motivacional debilitar o aniquilar al otro Competición Individualista, sin
interés por el otro Ayudar o preservar al otro Complicidad con el otro Creencia
en la la legitimidad del otro Negación Aceptación a regañadientes Aceptación
del statu quo Reconocimiento Aceptación estratégica Nivel de confianza Desconfianza
extrema Desconfianza Confianza limitada Confianza Confianza basada en el
equilibrio del chantaje mutuo Actitudes emocionales respecto al otro Odio
Antagonismo Cortesía Amistad Complicidad, esta estructura es dinámica y su evolución depende de diversos factores: Contextuales (historia de relaciones previa; factores
externos que influyen en la negociación, etc.) Estrategias y tácticas
desarrolladas Resultados parciales en el
proceso de negociación
Fuente: Walton y Mckersie, 1965, p. 235
El papel de las Emociones en el Conflicto y
Negociación
El estudio de los procesos de negociación ha sido más bien
sobre aspectos “racionales”, instrumentales y desapasionados. En este sentido
es significativo el escaso interés que se le ha concedido al estudio de las
emociones y su influencia, sobre todo teniendo en cuenta que en algunos
conflictos y negociaciones los sentimientos pueden tener más impacto que los
razonamientos o la influencia de las conversaciones. Quizá este descuido se
debe a la propia complejidad del estudio de las emociones (empezando por su
propia definición) o precisamente a su carácter “incomprensible” o “ilógico”.
Desde las teorías cognitivas de la emoción (la más conocida es la de Schachter
y Singer) la activación fisiológica provocada por un suceso estimular es
interpretada basándose en la información del entorno y con ello se designa la
emoción. Desde esta perspectiva, ya vimos los análisis de Thomas sobre cómo las
emociones interactúan con las cogniciones para conformar las intenciones en los
conflictos. Según este autor, las emociones pueden generarse durante el proceso
de conflicto o como producto de los razonamientos cognitivos de las partes.
Otras emociones (o estados de ánimo) derivadas de otros eventos externos
también pueden influir en el proceso del conflicto. Según Thomas (1992), las
emociones tienen dos tipos de influencias que son relevantes: influyen en la
conformación de cogniciones y en la introducción de fuerzas motivacionales
adicionales. En el desarrollo de dicho modelo ya describimos este tipo de
influencias por lo que aquí no nos vamos a detener en ello. Otro trabajo
reciente sobre el control de las emociones en las negociaciones es el de
Mastenbroek (1999). Este autor hace un recorrido histórico sobre cómo
antiguamente diferentes autores clásicos insistían en la necesidad de controlar
las emociones y disimular durante la negociación. Actualmente la negociación
permite una mayor libertad a las emociones, aunque éstas tengan que permanecer
contenidas o canalizadas. La tesis de Mastenbroek es que la gestión de las
emociones es inseparable de las habilidades de negociación. Pero la expresión
de las emociones de modo controlado no es una habilidad que se aprenda de forma
sencilla, es más bien un estilo de gestión de las emociones que se internaliza.
Por otro lado, las emociones deben ir adaptándose al momento negociador
concreto. Según Mastenbroek, el control riguroso de las emociones responde a un
momento inicial en el desarrollo de las habilidades de negociación, en el que puede
privilegiarse las conductas de ritualización. En una fase más avanzada ese
control férreo deja de tener sentido e incluso puede ser contraproducente en
tanto despierte recelos y desconfianza en las otras partes negociadoras
(evidentemente se está hablando de negociaciones sin diferencias de poder
exageradas entre las partes y con expectativas mutuas de autocontrol). En esta
fase de evolución de la negociación se precisa de un clima de confianza entre
las partes: se reconoce la legitimidad entre las partes, las aspiraciones de
los otros, etc. Esta fase se caracterizaría por: o Combinar tenacidad con
tacto. o No confundir mantener la propia postura con dominar o imponer el punto
de vista. o Ser flexible y firme. o Separar el asunto de la persona. o Explorar
opciones alternativas no tiene nada que ver con concederlas.
Por: Kelly Xiomara Bedoya Patiño
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